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Economistas advierten que bajos niveles educativos “perpetúan la pobreza” y condicionan crecimiento del país /Educadores advierten que pobreza y falta de crecimiento perpetúan bajos niveles educativos

El primer titular apareció la semana pasada en un diario de Uruguay. El segundo es la versión de réplica que se me ocurrió al instante, para controvertir la visión lineal y simplista que se suele tener de la labor educativa y de la relación entre educación, pobreza y crecimiento económico.

Un niño en un basurero

El primer titular es una expresión contundente del sentido común instalado en la sociedad: si mejoramos la educación habrá menos pobreza y más crecimiento económico. En parte es cierto, pero solo en parte. Ignora la otra cara de la luna, la que suele quedar oculta: la educación no trabaja en el vacío, no es omnipotente, depende de las condiciones en que viven los niños y las niñas. La formación y el aprendizaje no son únicamente resultado del esfuerzo docente o de la calidad de las políticas educativas. La relación de causalidad no es lineal, sino circular. La educación incide sobre la pobreza y el crecimiento económico, pero la pobreza y el crecimiento económico inciden sobre la educación. En contextos de pobreza, estancamiento económico, carencias de bienestar material en los hogares y ausencia de oportunidades de empleo, la educación no puede prosperar.


Las posibilidades de aprender se construyen muy lentamente y a través de una enorme cantidad de experiencias vinculadas con el lenguaje y el pensamiento, que se inician y definen fuertemente en los tres primeros años de vida, es decir, antes de que la mayoría de los niños accedan a las instituciones educativas. Es impresionante la cantidad de cosas que un niño aprende en esos años, que dan forma a su cerebro, a su manera de representar el mundo y a su afectividad. Los primeros tres años de vida equivalen a más de un doctorado como experiencia formativa. Escribí sobre esto en el post ¿Puede la escuela reducir las desigualdades? El aprendizaje durante los primeros dos años de vida.





Esos tres primeros años condicionan todo lo que luego se podrá seguir aprendiendo. El aprendizaje, que se construye a través del desarrollo y complejización del cerebro de la persona, es acumulativo. Cada aprendizaje se construye sobre elementos -emociones, ideas, palabras, movimientos, representaciones- anteriores. Es como un juego de Lego. Si tengo unas pocas piezas en el suelo, no será mucho lo que podré construir hacia arriba. Si tengo un base colmada de piezas, podré construir mucho más. Si bien siempre se puede seguir aprendiendo, es muy difícil, por no decir imposible, que la escuela y el liceo puedan revertir las desigualdades generadas durante los tres primeros años de la vida. Ninguna política curricular puede resolver esta situación.


Pero además, pasados los tres primeros años de vida, las condiciones de vida, las habitaciones y espacios con que cuenta el hogar, la alimentación, los vínculos interpersonales, los hábitos de trabajo que propicia la familia, la actitud de la familia hacia la labor escolar y liceal, todo esto sigue teniendo un peso enorme en el aprendizaje de niñas, niños y adolescentes. Los “niveles educativos” dependen mucho de lo que hacen o dejan de hacer las familias. La política educativa necesita ser sostenida con una acción más amplia hacia las familias.


¿Entonces la escuela no puede hacer nada? Claro que puede. La experiencia educativa que la escuela y el liceo brindan a los niños, niñas y adolescentes puede ser muy buena, regular o mala. Y eso tiene efectos. Si es mala el problema de la pobreza se va a agravar. Pero, aun cuando sea muy buena, no va a resolver el problema de la pobreza. Seguirá siendo siendo necesario el apoyo familiar y un contexto económico de prosperidad para que pueda ser aprovechada por todos los estudiantes. Sobre la incidencia de la escuela en contextos desfavorecidos, y sobre el peso del entorno familiar en el aprendizaje, vale la pena recordar la publicación Estudio de los factores institucionales y pedagógicos que inciden en los aprendizajes en escuelas primarias de contextos sociales desfavorecidos en el Uruguay.


Por otra parte, la expresión “niveles educativos” es ambigua. Veamos de qué estamos hablando. En la nota periodística los economistas entrevistados señalan que “es clave mejorar la retención y culminación del ciclo educativo. Si no logramos que más jóvenes completen la educación media, vamos a seguir generando poblaciones vulnerables con dificultades para acceder a empleos formales y de calidad”. Es decir que la expresión niveles educativos refiere a los indicadores de retención y culminación de la educación media. Pero completar el ciclo no nos dice nada acerca de lo aprendido. ¿Tendrá efectos sobre la pobreza y la calidad del empleo el hecho de terminar un ciclo educativo que ofrece una experiencia educativa poco relevante para la mayoría de los alumnos, basada principalmente en el juego de “estudiar” temas que no comprenden con el fin de obtener una nota de aprobación?


Necesitamos hacer más relevante y sustantiva la formación que ofrecemos, más allá de aumentar las cifras de finalización de la educación media. El problema principal es cómo hacemos que la propuesta educativa sea más motivadora y relevante, para que los estudiantes quieran comprometerse y esforzarse, más allá de una calificación. Una propuesta que desarrolle las capacidades para comprender, explicar, pensar, conocer, hacer cosas, emprender. El énfasis y la urgencia en mejorar las cifras de finalización de ciclo suele poner presión sobre las autoridades y conducir al atajo de modificar los reglamentos, evaluar menos y reducir la exigencia para aprobar.


Pero, además, la frase vamos a seguir generando poblaciones vulnerables con dificultades para acceder a empleos formales y de calidad, transmite la idea de que las poblaciones vulnerables y las dificultades para acceder a los empleos se generan en la educación media, como si la pobreza no estuviese desde antes y como si los empleos de calidad estuviesen allí abundantes, esperando egresados de educación media que quieran tomarlos.


Por eso es importante insistir en plantear el problema en términos circulares y empezando por el principio: la pobreza determina “bajos niveles educativos”, y una experiencia educativa pobre perpetúa la pobreza. O dicho de otra manera más adecuada, la pobreza hace más difícil el aprendizaje, por lo que limita las posibilidades de enseñar de la escuela. Si queremos romper esta cadena, necesitamos incidir sobre las condiciones de pobreza. Simultáneamente, la falta de crecimiento económico y de oportunidades de trabajo generan desinterés de los jóvenes en la educación, lo que también contribuye al descenso de los “niveles educativos”. Si queremos romper esta cadena necesitamos un entorno de crecimiento económico y oportunidades de empleo que motiven a los jóvenes a formarse y a completar los ciclos educativos.


Es necesario construir una visión apropiada acerca de la complejidad de la situación, evitar los discursos lineales y simplistas y hacer las inversiones adecuadas en la educación. Inversiones centradas en mejorar las condiciones de trabajo de los docentes, no solo en términos salariales, sino además y sobre todo, en términos de posibilitar la construcción de equipos de trabajo y la consolidación de instituciones que reciban a los jóvenes con propuestas que les resulten significativas y motivadoras. Y es necesario que la política educativa sea acompañada por políticas sociales, económicas y culturales.




 
 
 

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