Estamos acostumbrados (docentes, estudiantes, familias) a utilizar las calificaciones como si fuesen números. Calculamos promedios, comparamos cifras y pensamos cuánto nos falta para llegar a cierta nota. Sin embargo, en lo esencial las calificaciones no son números. Usarlas como tales nos facilita algunas cosas pero nos complica en otras. Voy a intentar aportar algunos elementos que ayuden a comprender mejor lo que hacemos cuando usamos las notas como si fuesen números.
Hace un tiempo una profesora me hizo llegar esta consulta.
Buenos días.
Disculpe la molestia, soy docente en secundaria y frente a un tema de evaluación me sugirió una colega escribirle. Paso a contarle la situación a ver si usted nos puede guiar o indicar algún libro que pueda resolver nuestra duda.
El día miércoles se realiza un examen de ciclo básico. En el momento de la corrección, tal como lo plantea el sistema, se adjudicó una calificación numérica al estudiante, en base a lo trabajado y los puntajes adjudicados a cada pregunta.
Por parte de nuestros superiores se nos explica que estamos realizando mal la corrección en el siguiente punto: el alumno obtiene por su trabajo 0,75 puntos en total, ya que no cumple con los logros mínimos de cada pregunta. Se nos cuestiona que el alumno no puede obtener un 0,75, porque por el solo hecho de entregarle la hoja, el alumno ya parte con una calificación de 1, por lo cual el estudiante no pierde el examen con 1 sino con 1,75. En el Acta se redondea a 2 puntos.
La consulta es: ¿estamos corrigiendo mal? ¿El estudiante parte del 1 siempre? Si solo por entregarle la hoja el alumno ya obtuvo una calificación de 1, ¿la propuesta en sí no vale 12 puntos, vale 11, no?
Antes de escribirle, consulte con varios colegas, y todos quedamos sorprendidos frente a esta interrogante, como le decía una colega me brindo su correo ya que consideramos que es quien nos puede dar una guía.
Todos los docentes consultados y me incluyo llevamos muchos años de trabajo, somos docentes preparados que realizamos cursos, nos actualizamos y mantenemos al día nuestra práctica docente, lo cual hace aún más curiosa esta situación. Agradezco enormemente su opinión y si nos puede brindar su conocimiento sobre el tema.
Esta situación es un lindo ejemplo de cómo nos enredamos muchas veces con la idea de que la nota es un número. Mi respuesta va al final.
Otras inquietudes similares son las de qué hacer cuando un alumno queda a décimas de llegar a la nota de suficiencia. Muchos docentes creen que tienen que apegarse al resultado numérico. A otros les preocupa lo que llamo la “justicia evaluativa”, que consisten en creer que si el trabajo de un estudiante es un poco mejor que el de otro, ambos no deberían recibir la misma calificación.
Empecemos por el propósito de las calificaciones. Su función principal es comunicar una valoración acerca del desempeño del estudiante. Las notas son información que está dirigida al propio estudiante, a su familia y a otros colegas. Tienen una primera consecuencia práctica evidente: aprobar o reprobar un curso. Pueden tener también otras consecuencias: el acceso a estudios terciarios, becas o puestos de trabajo. En este sentido, muchas veces también están dirigidas al resto de las instituciones educativas y a la sociedad en general. Además de esta función informativa, las calificaciones tienen una función motivacional. Implican un reconocimiento simbólica a ciertos estudiantes. A esta función le dedicaré otro posteo más adelante.
Revisar y valorar adecuadamente un conjunto de evidencias acerca del desempeño de cada estudiante en múltiples aspectos -conocimientos, competencias, actitudes, avances- requiere tiempo. Formular por escrito esas valoraciones con el fin de comunicarlas a las familias y al estudiante, y de que quede un registro formal en la institución, requiere más tiempo aun.
Tanto por el tiempo que requiere como por su complejidad, la experiencia de calificar el desempeño de los estudiantes suele ser uno de los aspectos más ingratos de la labor docente.
Cuando calificamos inevitablemente enfrentamos dilemas y conflictos. ¿Estoy siendo objetivo con este alumno? ¿Cómo evitar la subjetividad y los sesgos? Hay demasiados aspectos a considerar. ¿Cuáles debería priorizar? ¿Qué peso debe tener cada uno? ¿Cómo combino los distintos aspectos en una calificación única? No quisiera desalentar al estudiante. Pero tampoco querría que apruebe sin haber aprendido. ¿Cómo hago para que las calificaciones reflejen adecuadamente las diferencias entre los estudiantes? ¿Cómo lograr que las calificaciones sean justas?
Un modo de economizar tiempo y simplificar las cosas es utilizar números. Los números permiten expresar una valoración de manera simple, con un único símbolo. Al mismo tiempo permiten combinar distintas valoraciones a través de un promedio matemático. La utilidad práctica del uso de calificaciones numéricas es indiscutible. Por eso están ampliamente extendidas en los sistemas educativos contemporáneos.
El problema es que en el proceso de “matematización” las calificaciones pierden su significado. O, mejor dicho, adquieren tantos sentidos distintos que nadie sabe exactamente qué significa cada número. Cada calificación expresa algo diferente según el docente y el estudiante. Esto no es un problema en sí mismo. El problema es que el uso de números nos hace creer que hay un significado común a todas las calificaciones.
Para comprender mejor el problema es útil recordar los tipos de variables que se utilizan en las ciencias naturales y sociales. Como lo expresa la palabra, una variable refiere a un aspecto de la realidad que “varía”, es decir, que puede tener distintos valores. En muchos casos estos valores se pueden expresar con un número: la distancia entre dos lugares, por ejemplo, o la cantidad de linfocitos en la sangre. Otras variables, en cambio, se expresan a través de categorías que no son numéricas. Por ejemplo, los colores o de qué tipo es una célula.
Una primera distinción que podemos hacer, por tanto, es entre variables cuantitativas o numéricas, por un lado, y variables cualitativas o categóricas por otro.
Las variables cuantitativas pueden ser de dos tipos. Algunas son el resultado de un conteo de elementos. Por ejemplo, la cantidad de hijos de una familia, la cantidad de células en una muestra de sangre o la cantidad de latidos del corazón en un minuto. En estos casos la variable es un número entero que no admite decimales. A estas variables se las denomina intervales. Otras variables cuantitativas puede ser expresadas como números reales, es decir, admiten fracciones y decimales. Por ejemplo, el peso de una persona o la distancia entre dos puntos. A estas variables se las denomina continuas.
Las variables cualitativas, por su parte, también pueden ser de dos tipos: nominales u ordinales. Las variables ordinales son aquellas en que las categorías tienen un orden jerárquico, es decir, unas van “antes” y otras “después”. Por ejemplo, el nivel educativo alcanzado por una persona -primaria, media, terciaria, posgrado- o el nivel socioeconómico -bajo, medio bajo, medio, medio alto, alto-. Las variables cualitativas nominales, en cambio, son aquellas en que las categorías no tienen un orden jerárquico, sino que todas están en un mismo nivel. Por ejemplo, el color o los tipos de célula del cuerpo humano -musculares, neuronas, plaquetas, glóbulos rojos, neumocitos, entre otras, son más de cuarenta tipos-. Un tipo especial de variable nominal son aquellas que solo admiten dos valores, a las que se denomina dicotómicas -pueden ser nominales (hombre/mujer) u ordinales (alto/bajo)-.
Tenemos pues cuatro tipos de variables: cuantitativas intervales, cuantitativas continuas, cualitativas ordinales y cualitativas nominales.
Muchas veces a las variables cualitativas se les asigna una etiqueta o código numérico. Por ejemplo, hombre=1, mujer=2; o bajo=1, medio bajo=2, alto=3, muy alto=4). Esto es lo que se hace, por ejemplo con las categorías de los huracanes, terremotos o niveles socioeconómicos, en que se asigna una escala de valores (Huracán categoría 5). Es muy importante notar que, aún cuando se utilicen números, no tiene sentido hacer promedios matemáticos con los mismos. Un huracán es categoría 3 o categoría 4, pero nunca 3,5. El valor de la variable sexo es 1 o 2, pero nunca 1,5.
Volvamos ahora a las calificaciones. Una calificación es una variable, dado que pretende representar una realidad que varía: el aprendizaje alcanzado por un estudiante en ciertos conocimientos, destrezas, actitudes, competencias o lo que se desee evaluar (por lo general varias cosas en forma simultánea).
¿Qué tipo de variable es una calificación? Depende del propósito.
Para algunos fines la calificación podría ser una variable dicotómica: aprobado/no aprobado, suficiente/insuficiente.
Para determinar el nivel de logro de ciertos aprendizajes esperados es suficiente con una variable ordinal expresada a través de varias categorías ordenadas jerárquicamente: insuficiente, aceptable, muy bueno, excelente. La cantidad de categorías no necesariamente tiene que ser cuatro. Pueden ser tres o pueden ser más. Algunas escalas de calificaciones utilizan seis letras (A-B-C-D-E-F), que son categorías cualitativas y ordinales. Las escalas de diez números son una versión ampliada de las letras.
Es muy importante en este punto notar que en una escala de calificaciones que va de uno a diez los números en realidad son etiquetas que, al igual que las letras, expresan categorías de valor ordenadas de menor a mayor, desde el deficiente al excelente. El 1 representa el nivel de logro más bajo y el 10 el nivel de logro más destacado. Los símbolos no son propiamente números porque la calificación no representa algo que pueda ser contado en unidades -variable cuantitativa interval- ni medida con decimales -variable cuantitativa continua-.
Sin embargo, con el uso reiterado de los símbolos numéricos, inadvertidamente pasamos a tratar las calificaciones como si fueran números, con todas sus propiedades, incluidas las que corresponden a los decimales. Progresivamente las calificaciones fueron dejando de expresar una categoría valorativa ordinal formulada por el docente y pasaron a ser el resultado de operaciones aritméticas basadas en puntos -también asignados por el docente-. Se utilizan decimales para expresar valores intermedios entre dos categorías (por ejemplo 6,5 para un desempeño que es algo más que 6 pero no lo suficiente como para llegar a 7). La máxima expresión de esta “matematización” de la evaluación es el cálculo de un promedio de notas que corresponden a distintos aspectos, como la realización de tareas y la participación en clase o en un equipo, y a distintas materias, para llegar a un número mágico. Esto es equivalente a calcular el promedio del número de manzanas y el número de peras.
Como resultado de este proceso el “promedio” se convirtió en la expresión más importante de lo aprendido por los estudiantes. Sin embargo, su significado específico es incierto. La calificación numérica se transformó en un fetiche. Un fetiche es un objeto material de culto, que se utilizaba en tribus y civilizaciones antiguas, al que se le concedían propiedades sobrenaturales. Eran objeto de adoración, gratitud y ofrendas, ya que se les consideraba capaces de conceder gracias y castigos. La nota como número mágico comparte estas propiedades.
Y ahora, mi respuesta a la colega.
Es muy interesante la duda que se les plantea. Es un lindo ejemplo de prácticas que están institucionalizadas y nos resultan “naturales”, hasta que nos ponemos a pensarlas con detenimiento.
La clave para abordar el problema está en pensar si las notas son categorías valorativas o números naturales (o, más aún, racionales). Esto da lugar a muchas confusiones.
El reglamento de evaluación en realidad define la calificación como un juicio de valor que se expresa a través de un número. Pero este no funciona como número natural sino como etiqueta. 1 significa “Deficiente”. 6 significa “Bueno”. Los números no son tales, sino juicios de valor. Por eso no existe el cero. La escala no lo prevé (y tampoco la existencia de decimales).
El error que cometemos -al que nos induce la escala numérica- es tratar las notas como números que se suman y se promedian, que tienen cero y decimales. Matematizamos la evaluación. La convertimos en operaciones matemáticas. Llegamos a la nota contando puntos, promediando y redondeando. Mi punto de vista es que, en última instancia, la nota debería responder a una valoración del desempeño del alumno como insuficiente, aceptable, satisfactoria o destacada. Esa valoración se puede apoyar en puntos, pero que no está atada a los mismos. No surge mecánicamente de los puntos.
El tratamiento de las notas como números, desde mi punto de vista, solo tiene sentido con escalas de 1 a 100 y en contextos de selección (como un concurso o una beca), en los que es necesario ordenar a los evaluados. En esos casos, en general, se requiere otro tipo de pruebas. Pero esa ya es otra historia. Espero que la respuesta les ayude. Es difícil explicarlo en un mail breve.
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